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OPINIÓN | Carlos Jaico: La metamorfosis de Kafka

No te pierdas la columna de Carlos Jaico.
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13-10-2022

Quienes hayan tarareado “Pedro Navaja”, del compositor Rubén Blades, recordarán su frase final: “como en una novela de Kafka, el borracho dobló por el callejón”. De allí, miles se lanzaron a la búsqueda de tal personaje en alguna de las obras de Franz Kafka, pero nunca lo encontraron. La razón es que, según el mismo Blades, este fragmento nunca existió; simplemente lo inventó.

Así como lo hizo Blades, el nombre de Kafka ha servido para dar sustento a confusiones que ni él mismo imaginó. Una de ellas, por ejemplo, es la de traducir erróneamente el íncipit de su obra “La metamorfosis”: “Als Gregor Samsa eines Morgens aus unruhigen Träumen erwachte, fand er sich in seinem Bett zu einem ungeheueren Ungeziefer verwandelt”. Son a subrayar el adjetivo “ungeheueren” y el sustantivo “Ungeziefer” que se podrían traducir por “monstruoso insecto” en el que se transformó Gregor Samsa, el personaje principal. Hubiese sido fácil para Kafka escribir de qué insecto se trataba, pero le habría quitado el profundo simbolismo que él quería transmitir en su obra. Describió entonces los detalles del repulsivo ser, en que Gregor se había transformado, al despertar luego de una noche de pesadillas; como su caparazón y arqueado vientre marrón, sus múltiples patas, o “viejo escarabajo pelotero” (alter Mistkäfer), como lo llamaba amigablemente la viuda que ayudaba en su casa.

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Pero la importancia de “La metamorfosis” no radica en saber el tipo de insecto en que se transformó Gregor. Kafka va más allá de su entorno histórico al hacer que su personaje se subleve contra una existencia sin mayor sentido, sola y casi rutinaria, fruto de una revolución que lo convierte en un individuo más, absorbido por la industrialización. Todo esto, como lo presagiada Marx, fallecido en 1883, precisamente el año de su nacimiento. De allí la abrupta transformación de Gregor quien, pese a ser un insecto, conserva su consciencia humana frente a una familia indiferente; a un mundo indiferente, que pronto caería en la crueldad de la Primera Guerra Mundial.

Kafka nos plantea un desafío existencialista: el de reflexionar en las múltiples metamorfosis que los seres humanos pueden atravesar en una vida, al punto de deshumanizarse: cambiando el bien por el mal, la bondad por la crueldad, los sentimientos y la moral, o la verdad que se desfigura por el impulso de la mentira y el egoísmo; todo esto bajo un halo de normalización social del cual, advierte Kafka, a lo mejor no podamos regresar.

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