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OPINIÓN | Giancarla Di Laura: Cillóniz y el Caballito

Cillóniz desarrolló su escritura y volvió a nuestro país en 1973 para trabajar como editor del Instituto Nacional de Cultura.
N-OLJB
17-11-2019

Qué alegría me ha dado saber que Antonio Cillóniz (Lima, 1944) acaba de recibir el Premio Nacional de Literatura en el área de poesía. Se trata de un autor que se fue hace muchos años del Perú y que la dejadez crítica de nuestros medios y antologías fue sepultando en un relativo olvido, pese a que en sus años mozos publicó dos libros importantes, Verso vulgar, en 1968, y Después de caminar cierto tiempo hacia el este, en el 71. Este último recibió, junto con Álbum de familia, de José Watanabe, el premio Poeta Joven del Perú.

Desde España Cillóniz desarrolló su escritura y volvió a nuestro país en 1973 para trabajar como editor del Instituto Nacional de Cultura, pero poco después, con los aires derechistas del gobierno de Morales Bermúdez, regresó a España y terminó de quedarse por allá. Durante todo este tiempo ha seguido afinando su estilo no solo en cuanto al verso, sino también en el ensayo. De hecho, es un crítico importante que ha rediseñado los mapas literarios del Perú al establecer desde el Segundo Congreso Internacional de Peruanistas en el 2004 la necesidad de entender la producción poética de los años 60 y 70 como una sola gran Generación del 68, y no dos (60 y 70) como abusiva y parricidamente sostienen algunos (especialmente los ya alicaídos poetas de Hora Zero, sus coetáneos).

El libro de Cillóniz que ha merecido el Premio Nacional es Usina de dolor, un conmovedor alegato sobre la precariedad de la vida, el deterioro del cuerpo y la desolación que conlleva la muerte. Cillóniz alcanza un alto grado de maestría al combinar la sabiduría que brindan los años con un estilo aparentemente sencillo, pero con un diestro manejo del ritmo. Aquí dos muestras breves: “y en cada hueso resistiendo hasta la médula y el tuétano/ sufriendo,/ hasta cuando se descompone entero todo donde acaba,/ ya en polvo o en ceniza, que aquí queda,/ pero también en humo, en aire convertido/ en esta tierra gobernada por pastores y vaqueros,/ arreando a un matadero siempre/ sus rebaños de ojivas como ovejas” (p. 22); y “Porque la vida siempre es afanosa, fatigante,/ sudorosa, ardua, laboriosa,/ molesta, dolorosa,/ penosa, lamentable./ Solo la muerte, reposada y sosegada,/ resulta ser reconfortantemente descansada” (p. 37).

También hay que celebrar que este Premio Nacional sea implícitamente un reconocimiento a la editorial del libro, Hipocampo Editores, que dirige el poeta y narrador Teófilo Gutiérrez, sanmarquino de antigua cepa. “El Caballito”, como familiarmente llaman al sello los poetas locales, ha sido la matriz de muchos libros importantes, como Dolores Morales de Santiváñez (2006) del poeta transbarroco piurano Róger Santiváñez; Al vaivén fluctuante del verso (2012) de Paolo de Lima; Apu Kalypso (2015) de José Antonio Mazzotti, y la compilación El Zorro y la Luna (2018) del mismo autor; El libro de las reencarnaciones (2019), de José Alberto Bravo de Rueda, y otros de poetas tan diversos como Marco Martos, Raúl Bueno, Carolina Fernández, Dalmacia Ruiz-Rosas, Crystian Zegarra y varios más.

Hipocampo apuesta, pues, por la renovación del canon poético peruano sin caer en los cotitos cerrados de los “Haiga” Festivales y otros ficticios parnasos de nuestra fauna literaria. Salud al Caballito y sus poetas.

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