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OPINIÓN | Héctor Ponce: Dejar al loco suelto

Escribir es fantástico cuando se liberan las fuerzas, las percepciones y los afectos, cuando el cableado del cerebro no es detenido y las sensaciones se contagian.
minedu-escribir
04-06-2019

¿Cómo lograr que nuestros estudiantes realicen escritos creativos? Una respuesta original y persuasiva nos dice que para evitar atorarnos al escribir conviene mantener separados a cuatro personajes de nuestra cabeza: el loco, el arquitecto, el carpintero y el juez. La autora, Betty Sue Flowers, es una estudiosa de la obra de Joseph Campbell y del poder de los mitos y de la poesía, además de ser profesora emérita en la Universidad de Texas en Austin y ha tratado de vincular dos mundos que parecieran irreconciliables: los negocios y la cultura. En un libro Presence: Human purpose and the field of the future (2004) junto a Peter Senge, sostiene que las escuelas y las universidades del mundo se están volviendo más rutinarias que nunca, osificándose y aburriendo, inmisericordes, a todos y espantando a los talentos más creativos. Pero a mí me ha interesado muchísimo la conferencia que dio en 1979 titulada Madman, Architect, Carpenter, Judge: Roles and the Writing Procces.

Betty Flowers, en talleres de escritura que dirigió, descubrió los distintos problemas en el proceso de escribir que padecen los estudiantes. Algunos sufren dolores de parto, a otros les resulta imposible continuar porque hay voces en sus cabezas que los frenan y trancan. «Estoy escribiendo seguido y de pronto me doy cuenta de lo horrible que es y lo rompo. Entonces comienzo de nuevo y luego de escribir dos oraciones de nuevo lo rompo». Al escribir nos atascamos cuando se confrontan las energías del loco y del arquitecto, del carpintero y del juez. En esta interesante dramatización del proceso de escritura, el loco rebalsa ideas, chisporrotea de emociones, es descuidado y entusiasta y rabioso y capaz de escribir diez páginas en una hora. Las escuelas y universidades, no obstante, le dan más importancia al juez que reconoce una oración mal redactada, es experto en gramática, pero incapaz de producir una sola línea original. Con facilidad sentencia «Esto es una basura» imitando la autoridad de sus profesores que nunca se arriesgaron a escribir con locura y desenfreno. Y tal como se perfila el mundo, redactar siguiendo las normas de los jueces lo harán mejor las computadoras.

Escribir, redactar, es fantástico cuando se liberan las fuerzas, las percepciones y los afectos, cuando el cableado del cerebro no es detenido y las sensaciones se imbrican y contagian. ¿Cómo lograrlo? Pues que la pluma fluya, no estreñirla, no contaminar los torrentes de energía del loco ni la del arquitecto ni la del carpintero ni del juez. El loco es lo más íntimo de nosotros, puede ser lo subjetivo, aquello que nace del fondo de nuestro corazón (los escritores nos hay hecho saber que el material más valioso viene también de sus zonas más oscuras y abyectas). Escribir es dirigirse a un amigo o enemigo, hablar con el papel y no juzgar ni corregir. Vendrá después el arquitecto que hará planos y organizará las montañas deyectadas en un patrón y seleccionará lo relevante; el carpintero se ocupará de los detalles, pule las oraciones, cotejará las palabras y escuchará la música y el ritmo de la prosa. Solo al final es el momento del juez.

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