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OPINIÓN | Rubén Quiroz Ávila: "Libros libres"

pablo
27-04-2020

Es el primer y único poeta que conocí en el mítico Patio de Letras de la Universidad de San Marcos. Digo único porque era de los últimos creadores líricos que enseñaban realmente cómo hacer poesía. Había otros que tenían sus poemarios, pero se dedican más a conspiraciones políticas y escandalosamente sedientos de alguna forma de poder. Pablo enseñaba a ser poeta. Asunto difícil de por sí, ya que puede parecer, para los ingenuos, que no se aprende ello. Sin embargo, producir textos con la suficiente belleza y atrevimiento para no llenarse de lugares comunes o ser seguidor de alguna corriente en boga, es más difícil de lo que parece. Pablo tenía eso claro en sus célebres e inolvidables talleres de poesía donde se estudiaba a los clásicos peruanos del siglo XX. Una tropa leal de jóvenes estudiantes sanmarquinos asistíamos religiosamente ante el maestro. Luego, almorzar con él todas las semanas en el Tropicana, justo al frente de la puerta 3, era un torrente de brillantez y lecturas profundas de la poesía peruana. Era alimento puro. Por supuesto, ir a Pachacamac, donde vivía, era un ritual dominical.

Tenía todo un tratado de interpretación, que al modo wittgensteiniano, lo denominaba Tratado figural de la poesía peruana. Algunos fragmentos de este fresco hermenéutico han sido publicados y otros, revisados con unción las mañanas de los jueves que se detenía para leer y comentar los poemas, con ese acogedor conocimiento y tranquilidad que da la sabiduría. Además, aderezados con este tono cáustico, irreverente, esa ironía corrosiva e implacable que lo caracterizaba. No quedaba poeta de barro en pie. Desmontaba toda la flacidez poética del vate en ciernes. Sin embargo, era un promotor de toda la hornada de jóvenes poetas que aparecían, muchos de ellos reconociendo su indiscutible maestría. Tenía más fe en los inquietos muchachos que de toda la hornada de poetas viejos y la mayoría acabados.

Sin con Retorno a la creatura (1957), aparece prometedor, es con Hotel del Cuzco y otras provincias del Perú (1971) que hace una propuesta lírica profunda sobre la historia acontecida. Claro, la cúspide de ello es esa totalidad llamada La Colisión (1999), un genial ejercicio de intertextualidad, de poesía y filosofía, de crónica y lírica, cerebral y bello. No hay propuesta en nuestra bibliografía poética nacional que se le parezca. Es la concepción de la poesía como un espacio cognitivo, de arquitectura textual. Antes de fallecer, el 2006, escribió Hospital, un diario doloroso y lúcido, un testamento luminoso de hacer poesía incluso en la agonía. Este año se celebra los 90 años de su nacimiento.