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OPINIÓN | Rubén Quiroz Ávila: Los Panamericanos y las artes escénicas

La inauguración de los Panamericanos fue un espectáculo magnífico y gracias a la manera de cómo la historia peruana fue contada por las artes escénicas.
Juegos-Panamericanos
02-08-2019

Una ciudad tan caótica como Lima fue elegida como sede del continente americano para sus juegos deportivos más importantes y ha logrado, por lo menos, una mejor infraestructura para los deportes (una de nuestras grandes deficiencias como país) y algunos medallistas para la gloria, que esperamos no sea efímera. Solemos olvidar rápido a nuestros mejores referentes. Tenemos la tendencia a ser un colectivo desmemoriado.

Sin embargo, la inauguración de los Panamericanos fue un espectáculo magnífico y gracias a la manera de cómo la historia peruana fue contada por las artes escénicas. Es decir, la multiplicidad de tradiciones culturales de la que estamos compuestos, el crisol étnico que somos, la variopinta cosmovisión que poseemos milenariamente, fueron narrados con majestuosidad y delicadeza por una herramienta artística poderosa para la educación. ¿No han quedado maravillados por toda esa hermosa y exacta coreografía, ese derroche de talento corporal, ese paisaje sonoro llenándolo todo? Bueno, todo ello se llama artes escénicas. ¿Notan su importancia y valor?

Así como entender, por fin, que el deporte es imprescindible para mejorar como nación, también debe asumirse que las artes son fundamentales para la convivencia. No es solo para estar en las inauguraciones o para amenizar algún evento sino tienen que ser concebidas como políticas de Estado. Una política de formación en artes escénicas en todos los niveles educativos es sumamente inaplazable e inexcusable. Hay algunas iniciativas privadas que han dado algo de visibilidad, pero son esfuerzos aislados, desconectados entre sí, llenos de voluntad y altruismo y con resultados disímiles. En pocas de ellas la gestión pública participa o tiene influencia positiva. Son casos esporádicos, casi de gesto de buena voluntad de algún burócrata y no necesariamente bien enfocado. Pero terminada la gestión del funcionario de turno, el intento de apoyar vagamente a las artes queda otra vez en el olvido.

Es que es fácil recurrir a nuestros héroes culturales para mencionarlos en algún discurso, es risible cómo abundan los elogios para las artes cuando nada o poco se hace por ellas, cuando se oferta al mejor postor nuestras zonas arqueológicas, cuando nuestros escritores, actrices, artistas en general, muchas veces solo sobreviven en este país y están al borde de la mendicidad, cuando la cultura solo es para las postales o la marca Perú, o apenas para un cínico selfie. Acabada la fastuosidad y el espejismo de los juegos deportivos, volveremos a la normalidad. O sea, al tráfico cruel, al racismo que hay que combatir, a la corrupción que se resiste a ser derrotada, a esas formas de violencia cotidiana y urbana que perversamente se han naturalizado.

Por ello, si realmente deseamos, queremos, ansiamos, que nuestro país mejore y tenga una verdadera oportunidad para ser más equitativo, apostar absolutamente por la educación en artes es una imprescindible demanda, una exigencia, una obligación, un imperativo.