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OPINIÓN | Rubén Quiroz: "Sin ceremonia del adiós"

"Muchas familias deberán prepararse para el adiós de sus seres amados. El amor será inútil y verá pasar el triunfo de la muerte".
10-04-2020

La muerte es inminente. Los días que vienen serán lo más cercano a una forma del infierno. Más allá de las desesperadas medidas gubernamentales y la indisciplina cívica, nos estamos enfrentando a un enemigo cuya virulenta invisibilidad y consecuencias son devastadoras. Pero no es un solo enemigo.

El principal y anterior es la ineficacia premeditada y una ladina cadena de gobernantes corruptos. Por eso estamos débiles. La corrupción es un viejo virus que no hemos derrotado aún. Ya nuestra red de salud nacional estaba al borde del colapso, y con lo que sucederá en los siguientes días se notarán todas sus costuras.

Todas esas fallas estructurales, permitidas y alentadas por quienes gobernaban e intentaron incansablemente demoler todo tipo de servicio de salud y educación públicas. Es que lo público es democrático. Y ese desmantelamiento premeditado e irresponsable nos pasará factura. Tantas décadas de desprecio al sistema público, sin financiamiento importante, sobreviviendo a duras penas, en medio del espejismo del siniestro modelo seudoliberal.

Muchas familias deberán prepararse para el adiós de sus seres amados. El amor será inútil y verá pasar el triunfo de la muerte. Muy poco se podrá hacer para proteger a nuestra población más vulnerable.

Es posible que algunos sean cercanos a nosotros. Inclusive, muy cercanos. Acaso, nosotros mismos. Y el dolor reinará. Debemos preparar el corazón para ello. Pero, nadie está preparado, por más que lo espere, para la aflicción.

Ante ese período inaplazable, ante esta ola de sufrimiento, hay que comenzar a despedirse. Es que los muertos por coronavirus no tienen ceremonia del adiós. No se les puede hacer funerales para, juntos, acercarnos a la expiación.

El cortejo fúnebre será a distancia. Las lágrimas no mojaran, adoloridas, los cuerpos idos. Mueren en total soledad y, sus cuerpos debilitados, heridos, muertos, serán cremados. Morirán solos. Solos. La soledad de todas las soledades. Es la tristeza en sí misma.

Es por ello que estos días son también los últimos de muchas personas. Así de cruel y real. Aún no lo saben, o han comenzado a saberlo. O lo sabrán pronto y todo se derrumbará. El diagnóstico, tardío, heraldo negro, bajo su soso lenguaje científico anunciará el fin. Entonces, todo clamor será inútil. Nadie podrá salvarlos. Ni todo el amor del mundo.

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