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OPINIÓN | Eduardo González Viaña: Fantasmas y poetas en Madrid

“Madrid es una mesa de espiritismo y sirve para hablar con maravillosos poetas ya difuntos"
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13-07-2022

Madrid es una mesa de espiritismo y sirve para hablar con maravillosos poetas ya difuntos. El sábado pasado, me encontré allí con César Vallejo, Rubén Darío y Juan Luis Velásquez.

“Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto...” Me pareció que escuchaba al genial nicaragüense cuando, en plena calle Serrano, vi su nombre y una placa proclamando que allí había vivido.

“Y no saber a dónde vamos / ¡ni de dónde venimos!” Yo sí sabía dónde iba. Me dirigía a Alcalá 100 para rendir un homenaje a César Vallejo, quien habitara allí en 1931. Apresuré el paso, y dejé el recuerdo de “Lo fatal” para más tarde.

Frente a la casa de Vallejo, con Carlos Vásquez Boyer, rector de la universidad de Trujillo, y Oscar Maúrtua de Romaña, embajador del Perú, depositamos flores para el autor de “Trilce”. Unos treinta peruanos que se habían pasado la voz acogían la escena.

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Por mi parte recordé las últimas palabras de César antes de emprender el viaje definitivo: “A España, me voy para España”.

Nos faltaba otro poeta. El embajador Maúrtua recordó que, por esas mismas calles, había caminado el poeta piurano José Luis Velásquez (1904- 1971), gran amigo de Vallejo. Poeta vanguardista, revolucionario permanente, ensayista y periodista, Juan Luis era diez años menor que el autor de “Los Heraldos Negros”, pero ya en ese momento, los dos se hallaban en Madrid porque habían sido expulsados de París debido a sus actividades comunistas.

Apenas tenía veintitantos años, cuando fue secretario general del Socorro Obrero del Partido Comunista Español. Expulsado de España, estuvo en una prisión de Lisboa. Nuevamente deportado, llegó a Hamburgo, y en Berlín fue testigo de la quema del Reichstag.

Más tarde, el incansable caminante retornaría a Francia y el Perú, para llegar finalmente a Méjico donde sería uno de los secretarios de León Trotsky.

“El perfil de frente” es su primer libro. Según Mariátegui, “el poeta niño tiene la divina incoherencia de los inspirados”.

Tuvo dos hijos. Uno fue el poeta y periodista Manuel Velásquez y el otro fue el embajador Igor Velásquez, de quien Maúrtua hizo una conmovedora evocación. Me he prometido hacer un homenaje a Juan Luis, y lo haré. Esa tarde, en Madrid, no volví a encontrar poeta alguno. A los fantasmas también los espanta este calor de los demonios.

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