19/03/2019 / Exitosa Noticias / Columnistas / Actualizado al 09/01/2023
Una pieza maciza escrita por George Orwell es «La política y el lenguaje inglés» en que denunciaba, en 1947, la enfermedad y deterioro del lenguaje de los políticos, la gente de poder y los burócratas. En ese breve texto, Orwell dijo que los políticos usan un lenguaje que logra que las mentiras parezcan verdades y el asesinato respetable. Los liberales de Inglaterra que dominaban a la India, los comunistas rusos que hacían purgas y deportaban gente y los Estados Unidos que lanzaban bombas atómicas en Japón hacían todo eso, decía Orwell, en nombre de valores incompatibles con los fines que profesaban sus líderes gracias a un repugnante lenguaje plagado de vaguedades.
Los manipuladores con sus accesos de megalomanía pueden decir «Durante el gobierno no hubo extirpaciones forzadas, sino extirpaciones no voluntarias» o como este hermoso consejo empresarial «No lo llamemos despido, sino una recolocación temporal de trabajo».
Sin embargo, en mundos que parecían coronados por la inteligencia y honestidad reina soberano también el peor de los lenguajes. Orwell describió cómo los intelectuales muchísimas veces daban un barniz de solidez al mero viento y podían defender sin espanto medidas totalitarias pero escondidos en palabrería.
Orwell también comenzó a ver que la degradación del lenguaje era contagiosa y caía sobre el resto de la sociedad. Personas de otros oficios que no tienen la intención de ocultar nada, en lugar de hablar claro y concreto, hablan sin ninguna precisión y sus pensamientos son tontos. Yo pude corroborar ese diagnóstico cuando mi hijo a sus dos años iba a dejar el pañal y usar el retrete y una amable psicóloga del nido nos atendió a los padres primerizos preguntándonos si estábamos listos para lo que se venía. ¿Y qué se venía?, pregunté con cierta cautela de no parecer tan imbécil, y la experta me explicó, con voz bajita y encogiéndose como para que los muros no escucharan, que mi hijo en el retrete pasaría de-lo-líquido-a-lo-sólido.
Una lección de Orwel es que por fortuna las ideas idiotas se transparentan en un lenguaje idiota mientras que los fraudes y las mentiras se ocultan en palabras nubladas y en tinieblas. Cuando comenzó a ser reconocido por sus novelas Animal Farm y 1984, y el adjetivo «orwelliano» aludía a los gobiernos autoritarios que pretende ser utópicos, una vez a Orwell le preguntaron ¿en qué gobierno opresivo y totalitario se había inspirado para construir esos mundos macabros e infernales que son sus novelas? y respondió: «Yo me inspiré en la BBC de Londres».