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OPINIÓN | Rubén Quiroz Ávila: 'El teatro más pequeño y maravilloso del mundo'

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07/02/2020 / Exitosa Noticias / Cultural / Actualizado al 09/01/2023

El teatro más pequeño y maravilloso del mundo consiste en un mágico espacio en el rincón de la casa. Las sillas, las mesas, los objetos, todos son factibles de ser partícipes activos de la obrita en ciernes. Las luces son las que hay en las habitaciones y parpadean, inevitablemente, al ritmo de la historia a ser contada y actuada. Las linternas son bienvenidas para dar verosimilitud a los actos. De pronto, el día se transforma en lo que debe ser la vida: un instante lleno de luz, de música infinita, de repentina travesura brotando como un manantial absoluto. Sucede cuando, ella, chiquita y de voz celestial, pide una pausa en medio de la cotidianeidad. Con sus manitas elevadas imita a un ave prehistórica y vuela imponente en medio de la sala. En otra escena, de pronto aparece otro personaje (venido de no sé qué cuento) y participa activamente en el desarrollo de la historia. Entonces es posible ver a Caperucita conversando con Pinocho rumbo a la casa de los tres chanchitos.

Un minuto más tarde los hermanos Kratt deciden también formar parte del elenco y, junto a Rapunzel, marchan apasionadamente a enfrentarse a los dragones. Mulan no puede dejar de estar en la gran escena final. Juanito y su bicicleta amarilla pasan por allí también. Aplausos, damas y caballeros. Reverencias tres veces y tomados de la mano. Aplausos. Pero la obra continúa. Siempre continúa. Y comienza una forma de la felicidad. Ese debe ser el verdadero olor a jabón de Windsor.

Y así cada semana, como un ritual de maravillas, como un universo cuyo límite es indiscernible. Y van apareciendo las historias desde una fuente interminable. He sido escoba enamorada, piedra sensible, unicornio marítimo, ave nocturna, pared, escalera enojada, es decir, todo un actor en la que el método Stanislavsky es completamente inútil. Pura intuición brotada desde los orígenes de la evolución, más bien. Pero la veo sonreír y es suficiente. Ya no tengo nada a qué temer. Es más, aquí Wittgenstein no tiene nada qué ver.

Entonces, en esas ceremonias secretas de los que se aman, vamos al teatro ya en la vieja y caótica ciudad. Hemos visto todo lo que los elencos proponen. Nos hemos aburrido, carcajeado, participado muy activamente, abrazado conejos gigantes, mirado a gatos feroces y llenos de lana apeluchada. Mi pelirroja es inagotable, tengo que aceptarlo. Sus baterías deben ser solares y alimentados también con energía lunar. No encuentro otra explicación. Entonces Shakespeare pasa ante nuestros ojos y lo comprendemos de nuevo todo. Y, así, crece la luz. Así, toda definición queda resuelta. De esta manera y en apenas unos minutos todas las historias son posibles. Todos los encantamientos, todas las batallas, todas las victorias y derrotas. Todo el amor del mundo está contenido en su mirada. Y, el telón, comienza a bajar lentamente, muy lenta y tiernamente.

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