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OPINIÓN | Eduardo González Viaña: Madrid en Vallejo

“El último sábado caminaba por la calle de Alcalá en Madrid cuando de repente se abrió una puerta en la casa número cien y apareció César Vallejo. No bromeo”.

20/07/2022 / Exitosa Noticias / Edic. impresa / Actualizado al 09/01/2023

El último sábado caminaba por la calle de Alcalá en Madrid cuando de repente se abrió una puerta en la casa número cien y apareció César Vallejo.

No bromeo. El actor Cristhian Esquivel apareció allí con un terno oscuro que evocaba la imagen del autor de “Los heraldos negros”. Estábamos filmando un cortometraje basado en la vida del poeta durante su estancia en la capital española. Es nuestro homenaje a los cien años de la aparición de su libro “Trilce”.

Cristhian viene de Roma donde ha estado haciendo una película con Angelina Jolie y Selma Hayek, (¡qué envidia!) y al llegar me ha pedido que escriba un guión. Es lo que he hecho.

- ¿Es cierto que tú nunca quisiste volver al Perú, César? - le pregunto en el film y su respuesta fue absolutamente negativa. No es cierto. La verdad es que no podía regresar. El poeta estuvo 4 meses preso en la cárcel de Trujillo y salió con solamente una liberación provisional.

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En la Universidad de Trujillo, donde estudió Vallejo, había nacido entonces una generación de jóvenes intelectuales atraídos por el socialismo, por el anarquismo o por la sola idea cristiana de liberar a los oprimidos. Las grandes empresas y sus agentes querían escarmentarlos, inventarles algún sambenito y eliminarlos físicamente si fuera posible. Vallejo fue la víctima escogida, el incendiario, el terrorista de la época.

Vallejo, uno de los grandes poetas de la lengua castellana en el siglo XX, no pudo regresar jamás a su país. Si lo hubiera hecho, habría sido conducido de inmediato a los infiernos de alguna cárcel tremebunda. Ello se debe a que el proceso penal instaurado contra él nunca se extinguió, y sus enemigos anduvieron todo el tiempo buscando la extradición.

Algunos comentarios supuestamente académicos obvian este hecho, y aluden a una risible “pasión metafísica” su imposible retorno. César, o acaso Cristhian, aclara el asunto.

Diversas tomas nos muestran después charlando en diferentes cafés de Madrid y de repente Cristhian aparece sentado en una banca de París. Allí monologa acerca de su gran amor por España y del libro que escribiera -“España, aparta de mí este caliz”- que fuera mimeografiado y distribuido entre los milicianos que defendían a la República contra el bestial fascismo.

-A España, me voy para España- fueron las últimas palabras del poeta. Allí se cierra la película, o tal vez comienza de nuevo. (Fotos de Paul Monzón).

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