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OPINIÓN | Ántero Flores-Aráoz: "Lenguaje afectuoso"

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08/02/2020 / Exitosa Noticias / Columnistas / Actualizado al 09/01/2023

Al poner título a esta columna, me vino a la memoria las clases del curso de Lenguaje, que en la Facultad de Letras de la PUCP dictó por varias décadas Luis Jaime Cisneros Vizquerra, gran profesor, querido, pero también odiado por quienes no se esforzaban en el correspondiente aprendizaje.

Uno de los capítulos a los que diera mayor empeño el doctor Cisneros era el de la afectividad en el lenguaje, con ejemplos que son inolvidables y en que la entonación tenía su impacto, así como también la frialdad de trato, al igual que el afectuoso, que por lo demás era antigua costumbre peruana.

Siempre estará en mis recuerdos, ya en la vida profesional, a un antiguo cliente que prontamente se convirtió en amigo, quien siendo originario de Pamplona (Navarra), al igual que sus congéneres era duro en sus expresiones, además de ser bastante distante y neutro, en la comunicación coloquial.

Venía al Perú todos los meses por un negocio de langostinos que tenía en Tumbes y, en uno de sus viajes fue acompañado por su esposa, que quiso conocer a la mía y nos reunimos a tomar desayuno en su hotel miraflorino.

Se comunicó con la telefonista a quien trató de “hijita”, pasada la llamada al comedor para servicio a las habitaciones, pidió “desayunito” para cuatro, y por favor, dos con jugo de “papayita” y otros dos además con “naranjita”. Agregó: no se olvide de los “cafecitos” con unas “gotitas” de “lechecita” y una “canastita” de “panecillos”. La esposa sorprendida por el léxico le dijo al marido: Jesús que te ha pasado, que te han hecho en el Perú que estás tan cariñoso. Simplemente se había contagiado de los diminutivos a los que somos tan generosos.

Bueno pues, ahora con el tema de llamar “hermanito” a los que son y a los que no, pues la cosa se ha puesto seria, ya que se considera que los nombrados como tales, tienen una vinculación cercanísima con quien así los llama, y si el que usa el término tiene alguna relación tormentosa con la Justicia, pues válgame Dios, se pondrá en serios aprietos.

Ni se les ocurra llamar “viejito” al conocido cuyo nombre se olvidó, ni menos “cholito” que siempre conllevó una calificación cariñosa, pues encima te endilgarán el mote de racista y además que eres discriminador y que mereces ser enjuiciado. Si te dicen “negrito” y tienes pelo crespo, la cosa se puso ófrica. Realmente estamos llegando a situación nunca antes siquiera pensada.

Los diminutivos proscritos de nuestro lenguaje, y si estuvieran con vida mis queridas tías que me llamaban “Anterito”, no lo podrían creer. También se expulsaría el “Toñita” para llamar a María Antonieta, o “Marita” para llamar a las Marías, o “Chabuquita” para conversar con Isabel y los “Lalitos” no existirían.

Si te llaman “hermanito” ¡líbreme Dios!, probablemente serás investigado por el Ministerio Público, citado una y otra vez para dar declaraciones, cuando no para defenderte de alguna afiebrada acusación. Estamos perdiendo la cordura.