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OPINIÓN | Carlos Jaico: "Ética y política para un buen gobierno"

"Luego de haber llegado, ¿qué les hace pensar que lo lograron todo y que no rendirán cuenta de nada?".

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17/11/2021 / Exitosa Noticias / Columnistas / Actualizado al 09/01/2023

Blaise Pascal, en los albores del siglo XVII divulgó sus Discursos sobre la condición de los grandes. Allí planteó educar a los futuros poderosos recordándoles que el poder que detentan es mayormente por casualidad: “Sobre todo, no te malinterpretes creyendo que tu ser tiene algo más alto que los demás [...] Pues todos los arrebatos, toda la violencia y toda la vanidad de los grandes vienen del hecho de que no saben lo que son”.

Pascal advertía sobre la fascinación y embriaguez que el poder podría ejercer en quienes lo detentan.

Con las democracias representativas del siglo XIX, estos síntomas han venido a acrecentarse y la confusión se ha instalado en las mentes del detentor del poder. Así, se olvidan tres elementos importantes: primo, que el poder es pasajero, secondo, que el poder no los eleva a la cualidad de inmortales y tercio, que la posesión del poder no los hace omnipotentes.

Claro está que el ejercicio del poder no recae en cualquiera. Quienes lo tienen han bregado por lograrlo. Han debido sacarse de encima a opositores y enemigos, avanzar en caminos espinosos entre aciertos y desaciertos y fortalecerse, no necesariamente intelectualmente, pero sí mentalmente. Luego de haber llegado, ¿qué les hace pensar que lo lograron todo y que no rendirán cuenta de nada?

Es allí donde nace la sensación de omnipotencia, reforzada por la creencia de que todo se puede resolver y no les pasará nada por ser intocables. Si a esta sensación le sumamos la ausencia de valores morales o incapacidad intelectual, la corrupción hará su camino lento y seguro hasta ser parte de un esquema delictivo de funcionamiento, llegando al ejercicio patrimonial del poder. Maquiavelo en El Príncipe había llegado a esta conclusión analizando, por un lado, la corrupción de las ideas y, por otro, la corrupción monetaria. En el primer caso el sujeto no actúa más desinteresadamente por la patria, lo hace únicamente como medio para lograr un fin personal. Es allí donde se practica el nepotismo, el clientelismo y el populismo. En el segundo caso, la malversación de fondos públicos y el tráfico de influencias encuentran el terreno abonado.

En este punto, los valores e ideales con los que se llega al ejercicio del poder se diluyen para convertirse en anti valores.

De esta manera, la ética en el ejercicio del poder, lejos de ser una abstracción, se materializa en cada acto, en cada decisión de la gestión pública, haciendo el punto de partida de un buen gobierno o la llegada de la estulticia.

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