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La admiración de García Márquez por el vallenato de Rafael Escolona

"Le dio la dosis exacta de ese ingrediente literario”, escribió.

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Garcia Marquez Rafael Escolona

15/05/2021 / Exitosa Noticias / Cultural / Actualizado al 09/01/2023

Cuando Gabriel García Márquez conoció al compositor del vallenato Rafael Escalona en 1950, no se le ocurrió ir a su encuentro en un café de Barranquilla cantando: “Qué tiene Escalona / qué tiene ese muchacho / dicen las personas cuando lo ven tan flaco, / pero es que no saben el hambre que se pasa / cuando el vallenato se sale de su casa...”.

El encuentro lo había planeado un colega de 'Gabo', el periodista Manuel Zapata Olivella que le mostró a Escalona una columna en El Heraldo donde el escritor decía que el joven compositor era considerado como “el intelectual del vallenato”.

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Esa amistad se mantuvo desde entonces, a tal punto que fue el propio García Márquez que lo invitó a Suecia en 1982 cuando recibió el Premio Nobel de Literatura.

En una columna de El Espectador, 'Gabo' escribiría que Escalona, con poco más de 15 años, había hechos sus primeras canciones en el Liceo Celedón de Santa Marta, y ya se vislumbraba como uno de los herederos grandes de la tradición gloriosa de Francisco el Hombre.

“Los creadores e intérpretes vallenatos eran gente del campo, poetas primitivos que apenas si sabían leer y escribir, y que ignoraban por completo las leyes de la música. Tocaban de oídas el acordeón, que nadie sabía cuándo ni por dónde les había llegado, y las familias encopetadas de la región consideraban que los cantos vallenatos eran cosas de peones descalzos”, escribiría García Márquez.

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De modo que el joven Rafael Escalona, detalla el escritor, cuya familia era nada menos que parienta cercana del obispo Celedón, se escandalizó con la noticia de que el muchacho compusiera canciones de jornaleros.

“La irrupción de un bachiller en el vallenato tradicional le introdujo un ingrediente culto que ha sido decisivo en su evolución. Pero lo más grande de Escalona es haber medido con mano maestra la dosis exacta de ese ingrediente literario. Una gota de más, sin duda, habría terminado por adulterar y pervertir la música más espontánea”, contó.