
01/09/2019 / Exitosa Noticias / Edic. impresa / Actualizado al 09/01/2023
Por Giancarla Di Laura Morales / investigadora y critica cultural.
Partamos de una observación fundamental: El viaje de Javier Heraud no es un documental histórico, sino de claras intenciones artísticas y poéticas. La última producción del talentoso cineasta Javier Corcuera confirma sus dotes como profesional del género (que ya cuenta con notables películas como Sigo siendo y La espalda del mundo, entre otras). Reclamarle mayor información histórica o política sobre el héroe y poeta Javier Heraud es reducir el género del documental a su tradicional papel de informativo periodístico o, en el mejor de los casos, académico.
Por el contrario, lo que Corcuera ha buscado es la construcción poética, en clave elegiaca, de la figura del autor de El río y otros libros que anunciaron a Javier Heraud como una de las voces más talentosas de lo que con el tiempo se convertiría en la generación del 68. Como sabemos, su decisión de luchar por un mundo mejor lo hizo enlistarse consciente y decididamente en las guerrillas que en ese momento encarnaban la esperanza de un cambio radical en una sociedad latifundista y sórdidamente neocolonial como la peruana. Heraud fue asesinado el 15 de mayo de 1963 por los pobladores de Madre de Dios y algunos policías (no por el Ejército, como algún despistado crítico ha dicho por ahí), dejando una estela de consecuencia y altura moral que la gran mayoría de intelectuales ni siquiera se atreverían a soñar.
La película es a la vez el viaje de Ariarca Otero, la sobrina nieta del poeta guerrillero, joven artista plástica que a través de una serie de entrevistas y recorridos recoge información sobre Javier Heraud, la cual se va desplegando como piezas de un collage de aristas simbólicas y legendarias. Como en toda obra de arte, el poder de conmoción de ese desarrollo narrativo se logra por la franqueza afectiva de algunas de las entrevistas y por la elaboración de la figura de Heraud que oscila entre los rasgos propiamente humanos (su humor su ingenio, su bondad) y aquellos que lo elevan del común a través de la entrega plena a un proyecto revolucionario. Tenemos así la configuración audiovisual de un héroe, lo cual en última instancia justifica la propia cinta.
Hay otros aspectos que considero corregibles, como la extensión de un par de entrevistas, y cierta repetitividad de la banda sonora. Esto quizá ha llevado a algunos reseñistas a hablar de la lentitud de la cinta, la cual, sin embargo, no impide que lleguemos al minuto final (la película dura 1:40 h) con la sensación de haber presenciado una vida corta pero extraordinaria, capaz de devolvernos la esperanza en el Perú y la dignidad en nuestras vidas.
Heraud se confirma, así, como una figura clásica en nuestras letras y nuestra historia. Pronto se estrenará también La pasión de Javier, el poeta guerrillero, largometraje de ficción de Eduardo Guillot, y se abrirá una exposición sobre el poeta en la Casa de la Literatura Peruana. Ambos acontecimientos confirman la importancia de esa construcción cultural lograda en el documental de Corcuera, que recomendamos ver para aliviarnos de todo el bombardeo de mediocridad audiovisual que llueve en nuestros cines y televisión.