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Opinión | Edwin Sarmiento: Cosas de la vida

Se puede alegrar, se puede llorar, todo en su lugar y en su momento

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11/10/2019 / Exitosa Noticias / Columnistas / Actualizado al 09/01/2023

Lucho Barrios, qué grande eres. Contigo aprendí que el corazón tiene sus momentos. Se puede alegrar, se puede llorar, todo en su lugar y en su momento. Qué te has creído. Sin permiso ni salvoconducto te metías en nosotros, los muchachos, enamorados de la vida. Quien escuchaba tu voz aguda y cebollera tenía las ganas de arrancarle a esa niña ese beso imaginado con cautela. Y más con ese complemento de acorde de guitarras con Temple Baulín que te hacía el bajo, por todo lo alto, como apuntando directo al corazón. Si no lo sabré yo que te manejé a mi gusto, con decibeles apropiados y en mi radio a transistores, para buscar el primero ósculo a Teresita en la quebrada de Puquio, muy cerca al colegio Manuel Prado y con sol radiante. Desde entonces, nunca te he podido olvidar. Adiós, ya me quedo sin ti/ y así para qué más vivir/ sin ti no podré más luchar,/ sin ti para qué resistir. ¿No fue, acaso con “Marabú”, que Manolo también se quebró siendo él un exguerrillero? Lucho, tú siempre fuiste el rey de los bares con rockola y piso de aserrín, aunque ya no existan bares con rockola y pista de aserrín. Tu voz se imponía entre los discos de acetato de 45 revoluciones por minuto, mientras mi primera juventud discurrió entre oficinas, papeles, sellos con firma de jefes anónimos, comisiones periodísticas, y como matando el día, jugando cachito en esos bares de Lima antigua con viejos periodistas, la mayoría de ellos ya idos sin despedirse dejándome solo con mis recuerdos. “Marabú” ayudó a llorar a los peruanos de a pie, su voz no venía del campo a la ciudad, sino todo lo contrario. Cautivó también en bares y teatros de Chile, Guayaquil y para ser sinceros y resumirlo sin mucho floro, en todo el continente. ¿Quién de aquel que no tenga más de medio siglo en la tierra, no palpitó, alguna vez, con Marabú?

Él llegó, por primera vez a Puquio, cuando yo tenía 11 años. El día anterior bajó del bus su equipo de promoción que anunció por calles y plazas del pueblo, megáfono en mano, la presencia, señoras y señores, de la gran caravana artística que nunca podrán olvidar. Y los muchachos fuimos al auditorio del colegio de Mujeres. Esa noche disfruté Marabú, que había sido grabado en la disquera de Marco Antonio Guerreo “MAG” en 1957, y quedé impactado. También escuché al embajador de Quiquijana, un artista cusqueño algo amanerado en esos tiempos, al cholo Abanto Morales, a la Pastorita Huaracina, a Flor Pucarina, tremendos artistas del Perú. Con ellos, Lucho Barrios, chalaco de nacimiento, recorría los polvorientos caminos del sur, hasta que ancló para siempre en mi corazón de púber enamorado. Adiós, ya me quedo sin ti/ y así para qué más vivir/ sin ti no podré más luchar,/ sin ti... Otra vez, Marabú. Él perteneció a esa generación de cantantes que le dieron sentido a mi vida pasada y actual. Fue un bohemio a su manera, pero “todo lo opuesto a lo que se decía del ecuatoriano Julio Jaramillo quien tuvo 38 hijos o de Daniel Santos quien tuvo otros tantos con otras tantas mujeres”, según asegura mi amigo el poeta Eloy Jáuregui quien todo lo sabe y ha investigado mucho. Fue el más grande bolerista peruano de todos los tiempos, junto con Pedrito Otiniano, hasta que murió hace nueve años en el Hospital 2 de Mayo. Me engañas mujer/ con el mejor de mis amigos que fue/ como un hermano como él te encontré/ y a los dos perdoné.// Un día te vi/ y el corazón y mi alma te vi/ ingrata mujer/ me enamoré de ti.// El engaño fue la causa/ de mi desgracia/ pero te quiero todavía/ a ti mujer... Grande, Lucho Barrios. Ahora te escucho, bajito, en mi biblioteca.